Queridos
hermanos, la larga Cuaresma, el tiempo de desierto vinculado al período de la
pandemia de Covid19, nos lleva a celebrar la Pasión, Muerte y Resurrección del
Señor.
Las
circunstancias actuales, este año, no nos permiten celebrar estos Misterios en
nuestra iglesia, y tampoco unidos en internet, sino que cada uno de nosotros tiene
que vivirlo y contemplarlo litúrgicamente en nuestros hogares, iglesias
domésticas, o conectándose con el Papa, con los Obispos, párroco de nuestros Países.
Nuestra cruz nos hace preguntarnos: ¿pero es Dios el Padre que envía la pandemia, o más bien es Él quien está cerca de nosotros frente a la realidad que estamos viviendo? La cruz no es un precio a pagar, sino la realidad de la cual Jesús no se ha retirado porque él está en relación intima con el Padre. El Padre no envía dolor, sino que está al lado del Hijo en el momento del dolor. Aunque Él también se sintió abandonado, no escapó, sino que permaneció allí.
Hermanos
tenemos que aprovechar de esta ocasión única para entrar en relación intima con
Dios y así descubrir y experimentar que es posible vivir como hijos, unidos a
su Hijo en una relación de amor. Él lo demostró muriendo y haciendo de su
muerte un don de si mismo para todos nosotros: “con su sangre derramada para
lavar todos nuestros pecados, Jesús nos regeneró como vírgenes castas elegidas
por el Padre para el único esposo”.
Jesús fue fiel al asumir todas nuestras infidelidades. No nos juzgó ni nos repudió. Él siempre nos ha amado, paso a paso, dolor tras dolor, hasta el final, hasta la tumba. Contemplemos su cruz hermanos, contemplemos como nos ha amado, para descubrir que al final nuestra vocación es la Resurrección.
Giancarlo